Portada del sitio - Noticias - El Agua en la Constituyente Social

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El agua fue muchas veces motivo de reflexiones filosóficas y espirituales ; su apariencia, su importancia dentro de la dinámica de la vida, sus características fisicas y estéticas fueron desafiantes para intelectuales y pensadores. Sin ser una cosa ni la otra, a nosotros también nos llama la atención este elemento aparentemente tan inofensivo, tan generoso en la multiplicación de la existencia, tan poderoso y tan débil en si mismo, tan proclive a cambiar de estado según el contexto.

Dice Sun Tzu en “El Arte de la Guerra” que la naturaleza del agua es evitar lo alto e ir hacia abajo, que el flujo del agua está determinado por la tierra, que no tiene forma constante y que en eso reside su poder. Símbolo de la vida, sacramento bautismal para los más religiosos, misterio gigantesco que ocupa la mayoría de la realidad que conocemos, el Agua se nos presentó en la Constituyente, protagonizando un debate en el que hubo mucho que aprender. Y, hay que aclararlo, no fue un debate fácil. Como dicen algunos “la parimos”. Una asamblea en la que atravesamos una reflexión colectiva sobre la vida, la muerte y, sobretodo, sobre nuestra práctica como experiencia política.

Claro, todas las celebraciones populares con alguna importancia ritual tienen una dimensión de tránsito entre la vida y la muerte, un momento de drama en el que los participantes manifiestan simbólicamente una apuesta por un presente y un futuro sagrados, en un contexto de incertidumbre. En el caso de la tradición cristiana católica (disculpen, deben ser las fiestas), ese momento es el de lo que se llama la “eucaristía”, la consagración del pan y del vino como el cuerpo y la sangre de Jesús; pero en otras tradiciones ese elemento también está presente, en la celebración de la pachamama, cuando nos arrodillamos a pedirle perdón a la tierra por nuestras ofensas, con el fuego como símbolo de transformación, como paso crítico de un estado espiritual a otro, que no se da sin dolor y sin riesgo, o cuando toma contornos festivos en todo el desarrollo de los Carnavales, en donde la vida, sus ciclos naturales y su relación con la muerte y con el drama también se manifiestan alegremente.

Los que tuvimos el privilegio de compartir el último plenario del Encuentro Nacional “Pensamiento y Acción para la Unidad Popular” que se realizó en Neuquén, en el Estadio Ruca Che, vivimos una celebración muy particular que, entre otras cosas, nos regaló también ese componente de vida-muerte-apuesta colectiva que citábamos antes. Para recuperarlo bien, quizá sea importante reconstruir lo que nos pasó en esas tres o cuatro horas de vibración colectiva de cinco mil compañeras y compañeros en el esbozo de una apuesta común. Como muchos recordarán, promediando la presentación de las conclusiones de las distintas comisiones -“Campañas Públicas”, “Asambleas”, “Estrategia Institucional” y “Pensamiento Emancipador Constituyente”- vivimos un momento de cierta tensión cuando un grupo de compañeras y compañeros de Misiones, comenzaron a manifestar su disconformidad respecto de las conclusiones que se leían, ya que entendían que un punto muy importante expresado por ellos no había sido debidamente incluído en los informes. Concretamente, se trataba de la denuncia y la expresa exigencia de repudiar la instalación de las represas de Corpus y Garabí.

El tema era de tanta sensibilidad que no fue suficiente garantizar por el micrófono que ese punto sería efectivamente agregado a los documentos finales del encuentro; el grupo seguía expresando su disgusto y su necesidad de que el tema fuera abordado más explícitamente desde “el escenario”. Una postura exigente y, para muchos en el estadio, un tanto desmedida. Es decir que teníamos dos “malestares” diferentes, desarrollándose en el marco de una asamblea multitudinaria y tomando la forma de un creciente conflicto de visiones y necesidades políticas. Por unos minutos, todos y todas sentíamos que el éxito de todo el encuentro estaba en riesgo; la sospecha, el enojo, las dudas, la toma de posturas basada en prejuicios respecto de la visión del otro estaban empezando a empañar la impresionante epopeya de tres días de debate colectivo que habíamos compartido hasta unos minutos antes. La encrucijada estaba planteada: no era posible continuar la asamblea con la emoción y la alegría necesarias si no se abordaba el desencuentro que se había planteado, si no se lo compartía conscientemente para elaborarlo y tomar decisiones. Pero, ¿cómo encararlo? ¿cuál era el tema que estaba realmente en debate? ¿era sólo el tema de “las represas”? ¿qué nuevo conocimiento estaba apareciendo entre nosotros para ser aprehendido colectivamente? Por otro lado, ¿seríamos capaces de transitarlo juntos sin fragmentarnos?

El coordinador de la Asamblea, nuestro compañero Victor De Gennaro, consultó varias veces a compañeras y compañeros sobre las expresiones de ambos sectores, hasta que pareció haber imaginado un camino posible para entrarle a la reflexión colectiva. Víctor tomó el micrófono y propuso entonces al plenario de los cinco mil una metodología para abordar el tema. Retomó para todos la cuestión instalada, hizo un relato de lo que veníamos debatiendo, reafirmó que el repudio a las represas de Corpus y Garabí estaba incluido en las conclusiones, pero subrayó para todos algo que se sentía en el ambiente. Que necesitábamos pensar más sobre el tema, juntos. Que no había que tener miedo. Nos preguntó al conjunto si estábamos de acuerdo en escuchar las visiones de los compañeros y compañeras afectados por el tema de las represas, desde dos testimonios diferentes, distantes en la geografía, pero igual de comprometidos: una referente de la lucha contra las represas en Misiones, y un militante en la lucha por el derecho al agua potable en Neuquén. Votamos unánimemente que sí. Por el estruendo de los aplausos, se ve que queríamos profundizar en el tema, escuchar, dejar ir a los argumentos y hacer entrar a los sentidos en la discusión. Votamos que sí y, hay que decirlo, unos y otros empezamos a experimentar un alivio común, una sensación de empezar a encontrar el camino, una primera victoria de lo colectivo, de la confianza en lo que nos une.

Ahí empezó otra historia; ovacionados, los dos compañeros subieron al escenario a expresar su lucha cotidiana y el sentido de sus angustias y sus esperanzas. Las palabras de Maria, la compañera de Puerto Azara, Misiones, vibraron en el estadio, arrancaron aplausos y lágrimas, y dejaron de ser un reclamo sectorial más; eran la vida de una de nosotros, que veía como las represas condenaban a muerte a un ecosistema completo en miles y miles de kilómetros a la redonda. Y el testimonio no venía de un análisis intelectual ambientalista; venía de una mujer que pelea desde hace años por una escuela para su pueblo, luchando contra el abandono de los gobiernos y que nos mostraba en su tonada que llevaba en su corazón las calles y los árboles que sabía que morirían por la represa.

Lo mismo, pero distinto, pasó con Victor Guzmán, que nos habló de Cutral-Có y de Plaza Huincul, en Neuquén; nos contó cómo en un pueblo rodeado de pozos de petróleo y gas que facturan millones de dólares por día, una comunidad, su comunidad, puede vivir entre la vida y la muerte por no tener garantizada el agua de cada día. Recordó para todos a Teresa Rodríguez, la compañera que murió por un balde de agua. La represa, para él, podía ser un sinónimo de vida. Y sus palabras, ayudadas por el hecho de que habíamos vivido en el viento neuquino un par de días, nos llegaron con su sed, con su angustia y sus ganas de pelear. Aplaudimos y nos emocionamos con su relato. El también nos había ayudado a poner “la pelota en otro lugar”.

Fueron pocos minutos; habrán sido quince en total. Los primeros, “misioneros”, los siguientes de allí mismo, de Neuquén. Y una primera pista empezaba a aparecer en el horizonte; en ambos casos, las decisiones de los poderosos habían esquivado la participación popular, la opinión comunitaria, las necesidades de la gente en cada lugar. En ambos casos, comunidades movilizadas por el derecho a la vida, desbordando los canales institucionales, luchando contra los límites impuestos por los intereses capitalistas y peleando por el respeto a un modelo de desarrollo que tenga a la gente adentro. Eramos los mismos y las mismas, en Misiones y en Neuquén.

Y las represas dejaron de ser, para siempre y para todos nosotros, un renglón más o menos en un documento, una declaración, una frase cerrada. No es que después de los testimonios hayamos tomado una decisión específica; lo que habíamos aprendido era mucho más importante; habíamos descubierto un modo colectivo de empezar a afrontar el desafío de autogobernarnos. Las represas, el agua, nuestras luchas, pasaron a ser la vibración de un camino que sólo encuentra su norte si podemos compartirlo solidariamente. Se habían convertido en una experiencia colectiva, afectiva y democrática. El estadio entero ovacionó a los dos oradores; los abrazó, los alentó con el estruendo atronador de los bombos, con una suerte de inundación del cariño y del ímpetu de lo popular. El protagonista había aparecido, sin dejar lugar a las dudas; no eran las represas, ni siquiera era el agua: era nuestro Pueblo, ese sujeto que, en donde aparece con autoconciencia, defiende tozudamente a la vida.

Sin saber muy bien porqué, muchos de nosotros vivimos el resto de la asamblea en un estado de emoción insurgente (o sea, llorando casi todo el tiempo) ; vino el testimonio de la compañera de Bolivia a decirnos que se llevaba “la buena noticia de una revolución constituyente en marcha”, las palabras de la compañera de Ecuador, del Lonco mapuche, de las Madres de Plaza de Mayo, las canciones de los jóvenes…y la Asamblea terminó. Exhaustos, sensibilizados, felices, no pudimos sentir que nos “caían las fichas” de lo que había pasado, hasta algunos días después, con varias rondas de mates de por medio, con la conversa compartida de lo que nos va pasando.

Muchos sentimos entonces que habíamos parido una experiencia emotiva e ideológica en nosotros, que había brotado de nuestra identidad múltiple y desplegada por todo el país, y que encontró su cauce en la justeza de la orientación que Víctor, un compañero al que la “política constituyente” le sale por los poros, le imprimió a lo que todos queríamos expresar, invitándonos a hacer lo que éramos capaces de hacer. Estábamos para “constituirnos”, y lo hicimos. Por varias razones, a saber:

Porque no estábamos debatiendo ni candidaturas ni roscas; estábamos hablando del agua en nuestras comunidades, de la vida, de la muerte y de lo cotidiano; de cosas verdaderamente prioritarias y de la gente.

Porque, cuando es así, no nos importó si el tema estaba o no en la agenda, si alteraba la planificación o lo que estaba previsto: manda el pueblo, mandamos obedeciendo y vamos fijando los mojones de este camino todos juntos aunque haya que ir buscando lo bajo como el agua, mientras el río crece.

Porque no le tuvimos miedo a debatirlo entre cinco mil, y todos juntos; la confianza en nosotros nos hizo arriesgarnos, sabiendo que podíamos llegar a la otra orilla y que, en el camino, íbamos a ser más; más en cantidad y, a la vez, más “personas” cada uno de nosotros.

Porque los interlocutores en la discusión no eran los “sabihondos”, los doctores bienpensantes, objetivos e infalibles del análisis y la prospectiva social y planetaria: eran trabajadoras y trabajadores, habitantes de los parajes, constructores cotidianos de sus comunidades.

Porque el debate nos llevó, como un río, a nuestro cauce, a la necesidad de pelear por la participación popular. Sin ella, no hay represa que sirva, ni política social, ni ayuda, ni progreso: participación popular, construcción consciente y organización volvieron a ser nuestras claves.

Porque aceptamos con alegría que no hay recetas ni verdades cortadas a hachazos; que, cuando estamos entre trabajadoras y trabajadores, hay que escuchar todas las voces y los matices, no se inhabilita ninguna opinión y se teje la visión colectiva, aunque lleve un poco más de tiempo, aunque implique desarrollar un proceso, una reflexión y un esfuerzo. Los que nos lo bancamos, lo disfrutamos. Y conducen los que son capaces de mostrarnos ese camino.

Porque si nos faltaba un ejercicio práctico de cómo deben ser las Asambleas Locales hacia una Constituyente Social en la Argentina que convoquen a millones, nos la ingeniamos para vivir una muestra, bien intensa, de construcción de consensos colectivos.

Porque la “práctica constituyente” se volvió a mostrar federal, de todo el país, desde la Patagonia hasta el litoral, desde la cordillera hasta los barrios, democrática y con la participación de todos.

Porque hubo mística auténtica, y no magia tramposa. Brillamos de felicidad, pero la hicimos juntos. Y, mal que le pese a algún que otro cardenal, eso también es espiritualidad, es “agua que calma la sed”, latinoamericana, consciente, colectiva y con proyecto, tiene santas, milagros y colores, pero es nuestra.

El Agua pasó por la Constituyente Social. Nos ayudó a celebrar nuestra identidad colectiva y así, mostrarnos de qué estamos hechos y cuál es nuestro futuro posible. Lo hizo, ahora podemos decirlo, sin retacearnos riesgos; exigiéndonos vencer nuestros miedos y nuestros límites, pero regalándonos una pequeña muestra de un poder que no puede sino multiplicarse.

Porque en todas las celebraciones populares hay un momento de tránsito entre la vida y la muerte, en el que la comunidad apuesta por el futuro; en Neuquén, en el estadio Ruca Che, vivimos algo de eso, y el agua volvió a ser una mezcla de bautismo con bendición, una combinación poderosa para compartir antes de las batallas más importantes.

Por Eduardo Balán, de “El Culebrón Timbal” y el Movimiento por la Carta Popular para todos nuestros compañeros en el camino hacia una Constituyente Social en la Argentina